9/4/12
Cierra los ojos
No sabes cómo empezó esta historia, ni siquiera estás segura de qué es lo que ocurre, lo único que tienes claro es que te supera. Intentas pensarlo, analizarlo y entenderlo como haces con todo lo demás. Intentas buscar el origen, averiguar dónde y cuándo empezó todo. ¿Sería culpa tuya o suya? ¿Acaso algo funciona mal en tu cabeza y tu corazón? ¿Sería culpa de un gesto cariñoso? ¿Una mirada tentadora? ¿Un suave abrazo?
No, no fue un abrazo, al fin y al cabo lleváis estrechándoos toda la vida. Tampoco fue un beso de bienvenida. No puede haber sido una sonrisa cálida, un apretón en la mano en el momento adecuado ni unas palabras interesantes. Nada de eso puede ser la causa porque al fin y al cabo todos los demás también lo tienen y no sienten lo mismo que tú. Pero es normal que sientas cariño, te dices. Es normal que quieras abrazarla y verla contenta, al fin y al cabo sois amigas.
El problema es que Lorena no es tu amiga. No la soportas, no te da besos de bienvenida ni te ha regalado una sonrisa nunca y sin embargo, no puedes evitar pensar en lo bien que le queda ese pantalón nuevo.
Son las hormonas, te dices. Eres una adolescente y nada está claro, ¿no es normal que te lo plantees todo? Es rebeldía, nada más que eso. Pero por si acaso lo consultas con Sandra. Es tu mejor amiga, le has confiado siempre tus secretos, ella no te traicionaría. Y aun así, cuando habláis, das rodeos, la confundes, cambias de tema hasta que no sabe muy bien de qué estáis hablando y puedes interrogarla sin que sepa qué le estás preguntando.
Te enteras de que ella nunca ha pensado en ello. Tan solo se lo planteó cuando visteis a aquellos chicos besarse en el metro, pero terminó por decidir que, aunque parecía asqueroso, unos labios no son más que unos labios y si cierras los ojos puedes hacer cualquier cosa.
No lo ves muy claro, pero te obligas a convencerte de ello. En el fondo no puede ser tan distinto, ¿no? No son más que unos labios que chocan y dos lenguas que se juntan.
Así que haces un esfuerzo. Has decidido que, aunque el mundo te diga lo contrario, aunque tu cabeza grite otra cosa, lo que te pasa es culpa de las hormonas. Tienes quince años y ya es hora de echarse novio para quitarse todas esas tonterías de la cabeza. Sabes que le gustas a Juan y Raúl te mira más de lo necesario cuando os cruzáis en el pasillo, no debería haber problema. Le das vueltas unos días, valoras los pros y contras y fríamente te decides a actuar.
Una tarde te quedas a esperar junto a los vestuarios. Raúl sale recién duchado y tú le has dado tantas vueltas al tema, haces tanta fuerza por que todo sea como debe ser, que al verle te pones nerviosa. Buena señal, te dices. Y sin saber cómo, te encuentras entre los brazos del chico, oliendo a aftershave y con su boca peligrosamente cerca de la tuya. Al día siguiente te enteras de que estáis saliendo por una amiga. Sabes que deberías alegrarte, que deberías ser asquerosamente feliz y no dejar de pensar en él. Es alto y guapo, inteligente, distinto a los demás, tiene una bonita mata de pelo castaño y te mira casi con adoración. ¿Acaso no es lo que siempre habías pedido? ¿Acaso no es el hombre perfecto?
Te convences de que le quieres, de que es el hombre de tus sueños y cuando lo piensas, la razón te dice que es cierto. Por eso, cuando sus labios se ciernen sobre los tuyos, le dejas hacer, esforzándote con toda tu alma por que aquello salga bien, por que las cosas sean como deben ser.
Pero no hay cosquilleo, ni mariposas en el estómago, ni siquiera una triste emoción.
Ese bigote tímido e incipiente te molesta, sus manos son grandes y acaparan demasiado para sí, su cuerpo te aprisiona contra la pared y sientes que te ahogas. Y es que, malditos sean todos los que dicen lo contrario, aquel no es tu sitio.
Hay una crisis de pareja y sabes que no vas a volver a saber nada de él, pero no te preocupa, por extraño que resulte, incluso te sientes mejor. Sara sigue sonriéndote, sigue abrazándote cada mañana y con eso tienes bastante. Encima, Lorena vuelve a lucir esos malditos pantalones que la hacen tan guapa.
Empiezas a ser consciente de que un novio no es la solución, de que hay algo que falla en el mundo que te obligas a ver y de que las cosas pueden ser mucho más fáciles de lo que las pintan. Si te gusta Sara en vez de Raúl, ¿cuál es el problema? Pero entonces te acuerdas de esa amiga que lo ve como algo raro y digno de rechazo, del sacerdote que te dio la Primera Comunión y te habló de pecado y condena, de tu hermano que propone una hoguera. Y te sientes mal, fatal. Ese mundo que empezaba a cobrar forma y sentido vuelve a tambalearse, tal vez sí haya problema en que no te guste Raúl. ¿Acaso no es el hombre perfecto?
Recurres a tu madre, la única que te ha hablado claramente de tolerancia. No sabes qué decir o qué sentir, pero te haces una idea de lo que significa. Y se lo dices. ¿Hay algo malo en que te guste una chica?
Sí, claro que sí. En tu madre ves al cura, ves a tu amiga y ves a un monstruo que todavía no conocías. Descubres que la tolerancia sólo sirve fuera de casa y te sientes vilmente engañada, traicionada y atacada.
Lloras durante horas, durante días, hasta que crees que vas a secarte para siempre, y de pronto, todas tus dudas se convierten en determinación. Si ellos pueden engañarte, confundirte y odiarte, a ti puede gustarte una amiga. Porque no estás muy segura de si la causa es un abrazo, un beso de bienvenida o una sonrisa cálida, pero sabes que te gusta. Y te gusta mucho.
Con esta revelación entre las manos te sientes libre y fuerte, capaz de todo. Y eso es precisamente lo que haces. Todo. Todo lo que habías deseado, soñado y anhelado y ni siquiera tú sabías. Al fin y al cabo, por una vez en la vida sabes lo que quieres, por una vez puedes tenerlo todo.
Así que, sin darle muchas vueltas, te lanzas y te plantas en la puerta de los vestuarios. Esperas durante los minutos más largos de toda tu vida, mientras tus rodillas flaquean y tu corazón intenta escapar del pecho. No sabes si es emoción o un infarto, pero no puede ser mala señal; en ese momento nada puede ser malo.
Ella sale recién duchada, con los suaves rizos todavía húmedos. Sientes el impulso irrefrenable de tocarlos, acariciarlos, y por una vez en la vida no te detienes. Sabes lo que quieres.
Recibe el gesto con una sonrisa dulce, se acerca más a ti. Tu respiración se acelera hasta que piensas que vas a perder el conocimiento, pero no retrocedes, sabes lo que quieres.
—Cierra los ojos —pides, con voz entrecortada.
Tus dedos siguen enredados entre sus rizos y cuando sus párpados se cierran suavemente, tiras de ella con necesidad. Labios que chocan, aromas que se funden. Estás aterrada, no sabes cómo va a terminar toda esa locura, pero ni siquiera te lo planteas porque ella aprieta el beso y vuestras lenguas se rozan.
No hay mariposas en el estómago esta vez tampoco, estás demasiado extasiada como para pensar en pequeños bichos alados.
Su boca es suave y perfecta, sus manos se posan con timidez en tu cadera, vuestros cuerpos se amoldan con naturalidad.
Alta y guapa, inteligente, distinta a todo lo que habías conocido, tiene una preciosa mata de pelo castaño y te mira con ternura. Es perfecta. Es una chica.
Y cada vez que sus manos te tocan y vuestros labios se encuentran, sabes que es así como debe ser porque, digan lo que digan los demás, cerrar los ojos no es suficiente y un beso no es solo un beso.
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Image from sweet-phobia
Hoy subo un relato que ya colgué en su dia en el antiguo blog. The rabbit hole sigue abierto y todo lo que escribí puede leerse allí, pero quiero traerme algunas cosillas a este nuevo espacio para que también formen parte de él. Creo que durante unos días me dedicaré a recuperar relatillos, así que los que ya los leísteis, disculpad la repetición.
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