Cierra
los ojos y déjate llevar, decían. Déjate llevar. Disfruta el momento, exprime
el presente. Maldito presente, pensó, malditos todos por animarla a descarrilar
de forma tan estrepitosa. Maldito momento, maldito destino que había unido sus
caminos. Maldito pasado que las había empujado hasta el mismo instante y el
mismo lugar. Malditos, malditos todos.
Suspiró
y se arrebujó entre las sábanas, inspirando con secreto placer el aroma que la
envolvía. El suave poso del suavizante se entremezclaba con rastros de perfume
y sudor que emanaban del cálido cuerpo a su lado. Apretó las piernas con una
sonrisa, notando la cálida humedad de la excitación alzarse de nuevo en su
interior. Déjate llevar, decían. Si se dejase llevar, aquello no acabaría
nunca. El mundo desaparecería una vez más a su alrededor, el tiempo dejaría de
pasar, y quedarían atrapadas entre las sábanas para siempre. Déjate llevar.
Cerró
los ojos, intentando recordar el momento en que todo había empezado. ¿Había
sido con la primera mirada? ¿La primera palabra? ¿La primera respiración? No
estaba segura. Quizás había sido más adelante, con algún roce imprevisto, una
combinación especial del discurso. O quizás se tratase de algo mucho más
inespecífico, uno de esos momentos en los que de pronto todo cobra sentido.
¿Acaso importaba? ¿Era verdaderamente importante el por qué, el cuándo o el
cómo?
Un
suave movimiento de ella lo borró todo. La suave respiración de aquel cuerpo
dormido calentaba su cuello y arrastraba con cada espiración un pedacito más de
su razón y conciencia. Nada importaba, nada tenía sentido. Nada, no había nada
más en el mundo que aquel maravilloso olor a canela que la inundaba.