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6/12/11

Sueños


La chica se revolvió en su asiento, intentando buscar una postura más cómoda. Suspiró, sabiendo que no lograría amoldarse al duro banco de plástico y madera y consciente de que ese no era el verdadero problema. El problema era la sala, la multitud, todo aquel maldito lugar. Llevaba poco más de media hora en aquel anfiteatro improvisado, en aquellos horribles bancos en los que la gente se apretaba hasta que sus traseros rebosaban tanto de los asientos que se veían arrastrados al suelo. Apenas recordaba qué la había llevado a entrar en la conferencia, pero hacía tiempo que había dejado de escuchar al tipo que se escondía tras el micrófono. Balbuceaba una perorata monótona y sin sentido sobre la evolución humana., un tema que la habría mantenido absorta en el discurso si no hubiese sido por su voz. Aquel maldito tono apagado y uniforme la obligaba a distraerse. Quizás hablaba en una frecuencia que su cerebro era incapaz de interpretar correctamente; quizás simplemente era un hombre aburrido. 
Completamente ajena a la conferencia, su mente vagaba, dispersa. Siguió las líneas del edificio con la mirada, maravillada por la simpleza de la construcción. Sobre su cabeza, el techo de cristal dejaba entrar el cielo otoñal. Las nubes, de un gris cargado de matices, vivo y brillante, parecían mecerse apaciblemente sobre ellos, esperando a que saliesen al exterior para descargar todo el agua que portaban. El sol iluminaba con suavidad, sin herir la vista, jugando al escondite entre jirones de nube. Y en aquel momento, apretada entre dos personas sin rostro que parecían robarle el aire, casi pudo sentir cómo un par de alas crecían con naturalidad de su espalda. Unas alas enormes y emplumadas, capaces de avergonzar a cualquier ave, que la sacarían de allí. Bastarían un par de aleteos para alzarse sobre aquella masa apretada de cuerpos, y un par más para lanzarse contra el cristal y escapar. Escabullirse de aquella sala claustrofóbica e inspirar con avaricia y glotonería el aire frío del exterior. Sentir la nariz y la garganta heladas, la humedad de las nubes contra su piel. Seguir aleteando, volar y volar, dejándose arrastrar por las corrientes. Alejarse de todo y no volver a tocar el suelo, no volver a sentir un techo sobre su cabeza ni otro cuerpo apretado contra el suyo. Libertad. El cielo abierto para ella. Poder estirarse hasta que sus articulaciones crujiesen por el esfuerzo y abrazar el mundo entero.

 Una sacudida bastó para estrellarla contra el pavimento. La realidad la aplastó contra el banco y le arrebató en universo entero de las manos. De nuevo, aquel toque en el hombro, a medio camino entre tímido y enfadado.

 -Señora, despierte. Ya ha terminado la conferencia. Tiene que irse.

Se levantó, atragantándose de angustia. La sensación de haber perdido la libertad infinita del firmamento la asfixiaba. Poco importaba no haberla tenido nunca realmente, el mero recuerdo de un sueño hacía deslucir todo lo demás.

 Salió al exterior y volvió a notar el frío pinchar su piel. Se llenó una vez más los pulmones, borrando cualquier otra sensación. Puede que pisar tierra firme de nuevo no estuviese tan mal. Al menos el aire sabía igual que en las alturas. Además, la realidad no la había decepcionado hasta ese momento. Seguramente la libertad también se escondía en algún lugar por allí abajo, sólo era cuestión de encontrarla.

Y, olvidadas las penas, echó a andar con la mirada perdida entre los edificios, imaginando un pequeño animalillo peludo llamado libertad escabulléndose entre las sombras.






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Image by youwatchmebleed


Cuando me siento atada a algún lugar, sea por el motivo que sea, no puedo evitar desconectar e imaginar que echo a volar. Aunque las mías, son alas de mariposa.